Pero no es oro todo lo que reluce
La moneda ha tenido una evolución histórica muy precisa. Durante las primeras civilizaciones lo que circulaba era una «moneda en especie» (utensilios, siluetas de metal, conchas, etc.) que luego se transformó en «moneda representativa», es decir, que tenía como garantía de su valor un correspondiente metálico, por lo general el oro. Con el tiempo se pasó a la «moneda fíat» (o con valor legal/fiduciario), los actuales billetes en circulación. La última incorporación es el dinero electrónico o criptomoneda. Representa una herramienta de intercambio digital nacida en la red y basada en los principios de la criptografía, necesarios para establecer una protección de las transacciones.
De hecho, estamos hablando de una moneda que no existe de forma física, sino que se genera y se intercambia exclusivamente en la red en modo «peer-to-peer». En esencia, cada transacción se basa en un mensaje cifrado y firmado digitalmente, que indica la transferencia de una determinada suma, con el consentimiento entre dos partes y sin intermediarios (bancos, instituciones financieras, etc.).
Surgida en 2008, la moneda electrónica fue definida en 2012 por el BCE como «un tipo de dinero digital no regulado…».
De hecho, las criptomonedas no son de curso legal en casi ningún rincón del planeta, por lo que su aceptación como medio de pago es voluntaria. Además, no están reguladas por organismos centrales de los Gobiernos, sino que generalmente se emiten y controlan por el organismo emisor de acuerdo con sus propias reglas, a las que los miembros de la comunidad de referencia aceptan unirse.
Básicamente cumplen con las principales funciones del instrumento monetario, es decir, medio de intercambio, unidad de cuenta y reserva de valor. Sin duda, suponen un elemento disruptivo política y socialmente, pues desafían el funcionamiento tradicional de los intercambios de dinero.
En resumen, la idea en la que se basan es precisamente la de un mercado libre, sin controladores, sin peajes, sin comisiones y sin trabas. Una herramienta que viaja libremente por la red y que, por lo tanto, no sufre el mal humor del político de turno.
No es oro todo lo que reluce: los riesgos de las criptomonedas
Sin embargo, hay que tener en cuenta que no es oro todo lo que reluce. Porque, junto a estas perspectivas de gran desarrollo, beneficios y libertad, subyacen también numerosos riesgos, precisamente por el hecho de no estar sujetas a regulación.
En ausencia de requisitos informativos y de normas de transparencia, las plataformas de intercambio están expuestas a unos elevados riesgos operativos y de seguridad. A diferencia de los intermediarios autorizados, nadie garantiza la calidad del servicio, el cumplimiento de los requisitos patrimoniales ni los procedimientos de gestión de riesgos. Un escenario que abre las puertas a una alta probabilidad de fraude y exposición a los ciberdelitos.
Las criptomonedas están desempeñando un papel de primer orden en el rápido aumento de los costes de los delitos informáticos, que se estima que asciendan a más de 10 000 millones en 2025.
Los rescates en criptomonedas
Este dinero electrónico en particular se ha convertido en el instrumento preferido para el pago de rescates relacionados con los delitos informáticos. El sector de los rescates en criptomonedas está en constante crecimiento. En 2016, aumentó más del 50 % con respecto a 2015. Ese mismo año, las empresas objetivo pagaron en concepto de rescate importes equivalentes a 850 millones de dólares, frente a los 25 millones de 2015.
Hay un largo historial de este tipo de casos. Desde 2017, con el ataque llamado WannaCry, que desató una epidemia informática a través de un virus capaz de encriptar los archivos presentes en los ordenadores, los ataques no se han detenido. Para poder descifrar sus propios datos, la única solución suele ser pagar el rescate a través de bitcoin.
La lista de ataques de «ransomware» y sus rescates es muy larga, y las criptomonedas se han convertido en la moneda de cambio por excelencia.
Lavado de dinero y piratería informática
La moneda electrónica se ha convertido en el principal método de pago C2C, delincuente a delincuente, en el comercio de herramientas y servicios ilícitos de la «dark web». Moneda utilizada también para el blanqueo de dinero cibernético. En efecto, el seudoanonimato garantizado por esta forma de intercambio y la posibilidad de efectuar transacciones rápidas e irreversibles entre distintos países constituyen algunos de los elementos de principal interés, no solo para los inversores «legales», sino también y sobre todo para quien tenga interés en ocultar el origen ilícito de sus ingresos y blanquear dinero, al reducir en gran medida el riesgo de ser rastreado.
Tanto es así, que la Europol, en su reciente informe anual sobre delitos cibernéticos, ha subrayado que «los ciberdelincuentes siguen empleando criptomonedas y que el bitcoin es la moneda más utilizada para operar en los mercados de productos ilícitos y para recibir pagos fruto de la ciberextorsión».
Según un estudio de Chainanalysis, en el año 2019 las organizaciones delictivas habrían movido un total de 2800 millones de dólares en bitcoin en sus intercambios de criptomonedas. Los sitios más utilizados serían Binance y Huobi, dos de las plataformas de operaciones financieras más grandes del mundo, por cuyos servidores habrían pasado más de 1500 millones de dólares de capital ilícito.
Además, los intercambios de criptomonedas pueden ser objeto de ataques cibernéticos mediante actividades de piratería informática. El objetivo del «hacker» es conseguir la clave privada o contraseña de la cartera virtual («wallet»), comparable a una cuenta bancaria, en la que se encuentran las criptomonedas y así robar su contenido.
¿Quieres invertir en criptomonedas?
Por último, si piensas invertir en criptomonedas, evalúa cuidadosamente las diferentes «startups» y plataformas de intercambio disponibles. Es extremadamente importante buscar información sobre la empresa elegida. Entre los elementos a tener en cuenta, el principal es, sin duda, verificar que los datos detallados de las transacciones se monitorizan a través de cadenas de bloques. En segundo lugar, comprueba que exista información clara sobre los planes de negocios y la liquidez en moneda digital. Finalmente, verifica siempre que la empresa esté formada por personas físicas.
Entre las estafas más habituales empleadas por los ciberdelincuentes se encuentran los ataques a través de aplicaciones, sitios web y correos electrónicos falsos. En estos casos, presta siempre mucha atención a los detalles: desde los clásicos errores de escritura hasta URL fraudulentas. Aquí sigue siendo válida la regla de desconfiar de las fabulosas ofertas que se ofrecen a través de las redes sociales. Las cuentas falsas pueden ocultarse en cualquier lugar.
Lo que es seguro es que la moneda electrónica, nos guste o no, formará parte cada vez más de nuestra realidad. El mundo será cada vez más digital y eso afectará también a los intercambios de dinero. Por eso hay que tener cuidado, porque un error humano, un clic equivocado, podría convertirse en una pérdida considerable de dinero. Solo una formación adecuada y actualizada sobre los riesgos del uso de las herramientas digitales puede mitigar estos riesgos.
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